Después de mucho tiempo
vuelves a tu casa
y te avergüenzas de tu viejo,
porque sus manos son duras
y sus ojos están apagados.
En su cara hay arrugas
y de vez en cuando
dice palabras incultas
y no has pensado
que sus ojos están secos
del llanto que por ti han derramado,
y sus arrugas fruto
de las horas extras
que por tu ha echado.
Debiendo su incultura
a los pocos medios
que la vida le ha dado,
y su único pecado ha sido
a la tierra querer vencer
para darte a ti un día
lo que él no pudo tener.
No ves como goza al verte,
que contento estaba
y que alegría su rostro cubrió
hasta ese día que sus ojos se abrieron
y aún arrugados vieron
el desencanto de ti, su hijo adorado.
Él te lo ha dado todo,
antes que el sol
ya estaba levantado
y la primera estrella le daba en el campo
¿y tú?
¿Qúe recompensa le has dado?